sábado, 16 de febrero de 2008

ASESINO SERIAL

2º Premio en el rubro Prosa para Adultos del
Decimonoveno Certamen de Poesía y Prosa-2007

CASA DE
LA CULTURA MUNICIPAL “AMI DÍAZ”
de Jovita – Provincia de Córdoba

La luz del alba comenzó a entrar por el ventanuco ubicado en lo alto de una de las paredes de la pequeña celda. A pesar de su reducido tamaño, estaba cruzado por un grueso hierro. Tirado sobre un mugroso camastro, sin sábanas y cubierto por una deshilachada y rotosa frazada, yacía el “Yani” Russo. Tenía los ojos cerrados, pero no dormía, pensaba. Pensaba en ese agujero ínfimo. ¡Lo habían cerrado con ese hierro, cómo si a través de él, pudiera escaparse algún preso! Era ridículo.
Hacía varios días que no podía conciliar el sueño. ¿Cuántos habían pasado? ¿Cinco, seis? Había perdido la cuenta. Juan Russo, el “Yani”, estaba detenido en la comisaría del pueblo, esperando ser trasladado al juzgado de turno, por doble homicidio agravado por el vínculo. Su mente volvía una y otra vez al momento en que se desató la tragedia que le destrozó la vida.

Le habían preguntado. Mil veces le habían preguntado por qué había asesinado a su padre y a su mujer. Pero él no habló: ¡qué iba a decir! Su orgullo y amor propio no le permitía hacerlo. Cómo iba a contar que había vuelto a su casa dos horas antes, porque se rompió una máquina y el capataz le dijo que se fuera, y que al entrar, había encontrado a la “Loli”, la mujer que adoraba más que a nada en el mundo, en la cama con otro hombre, y que ese hombre era su propio padre…

La imagen estaba como clavada en su retina y las palabras de su esposa grabadas en su mente como a golpe de un duro cincel:

-¡Recién te das cuenta, infeliz! ¡Siempre fuimos amantes! Lo conozco antes que a vos. ¡Es el amor de mi vida! Pero estaba casado… Sólo me casé con vos para estar cerca de él…

-¿Y los chicos…? -recuerda que preguntó aterrorizado- ¿De quién son los chicos?

-¡No son tuyos! -gritó desafiante la “Loli”- ¡Ahora ya lo sabés! -y agregó- ¡Mejor, así se termina todo de una buena vez! ¡Quiero el divorcio para poder estar siempre a su lado!

También recuerda que dijo en voz baja:

-¡Gracias a Dios, mamá está muerta! Sería horrible que supiera esto…

Y la respuesta de la “Loli”, murmurada entre dientes:

-Si… ¡Con un poquito de ayuda nuestra, la vieja se dejó de joder…!


En ese momento no pensó. No pudo pensar. Sólo recordó que el “Cholo” Romero, su compañero de turno en la fábrica, le había dado una pistola hacía unos días, para que se la guardara por un tiempo. Abrió el ropero, la sacó y disparó toda la carga sobre esos dos seres a los que tanto había amado, y que ahora odiaba desde el fondo de las entrañas. A ella la dejó tendida sobre la cama. Al viejo lo tiró fuera del dormitorio.
Después se encerró en la casa. No se enteró qué pasó con los chicos cuando volvieron de la escuela. No recuerda cuántas horas pasaron. Sabe que ellos no tienen la culpa de nada, pero no le importa. También dejó de quererlos, aunque a ellos no los odia. Por la mañana la policía forzó la puerta y entró para detenerlo. No se resistió.
Ya debe ser hora que le traigan el desayuno. No tiene hambre, a pesar de que en la mesa está la bandeja con la cena sin tocar. El “cana” de la noche le dijo que se la dejaba por si le daba hambre más tarde. Parecía un buen tipo. Era el único que no lo había insultado desde que estaba ahí…
La luz que entra por el ventanuco se refleja en los barrotes de la puerta de gruesa chapa, que cierra herméticamente la celda. Son dos, y están colocados en forma vertical, cruzando la mirilla por la que se asoman a verlo. Cuantas manos habrán apretado esos dos pedazos de hierro, para comerles la pintura, sin permitir que se oxiden. Cientos, tal vez, en los años que tiene esa comisaría, edificada en el siglo pasado.
El ruido de la puertita que se abre lo saca de sus pensamientos. Un “cana” lo mira fijo y le dice con voz ronca, mientras le arroja un periódico:

-¡Mirá, ya sos famoso, hijo de puta! ¡Estás en todos los diarios!

No pudo resistir tomarlo entre sus manos. En la portada estaba su foto y en grandes letras decía:

DOBLE HOMICIDA SERÍA ASESINO SERIAL

Y luego, en letras más chicas:

Se está investigando si el arma es la misma que usó para
matar a más de 10 personas, en los últimos cinco años


Se le heló la sangre en las venas. ¡Su amigo el “Cholo”, era un asesino serial, y lo condenarían a él, que no tenía nada que ver! Pensó un momento, y luego decidió:¿Qué más da? Aunque diga la verdad, nadie me va a creer…

Subió sobre el camastro y se quitó la camisa. Era nueva, de tela muy gruesa. Se la habían dado en el trabajo aquel día en que en realidad, se le había terminado la vida. Ató una de las mangas al barrote de la ventana. La otra la anudó fuertemente a su cuello. Antes de saltar, exclamó con inmensa tristeza:

-¡Pensar que hace unos días nomás, yo creía que era el tipo más feliz del mundo!

Lo encontraron muerto a media mañana. Esa tarde, los vespertinos traían otra vez su foto en la portada, y en letras de molde se podía leer:

“SE SUICIDÓ ASESINO SERIAL”

Dos días después, nadie se acordaba del “Yani” Rossi.

Mientras tanto, el “Cholo” Romero sigue suelto. Por el momento se está cuidando, no sea cosa que le cambie el destino, y lo agarren a él también.
Se siente inmensamente satisfecho de haber tenido la idea de darle la pistola a ese infeliz. No siempre un asesino serial tiene la suerte de encontrar en el camino, a un pobre diablo a quien la justicia, le eche la culpa de sus crímenes.

Marga Mangione

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