jueves, 14 de febrero de 2008

MISS BETTY


3º Premio Certamen SEGA
(Sociedad de Escritores de General Alvarado)
Año 2007


Soy hijo de un judío y una italiana. Mi padre se llama Isaac Goldman, y mi madre Catalina Filomena Dell´Occhio. Para no tener conflictos religiosos entre ellos, a mí y a mis hermanos mayores, nos enviaron a un colegio británico: el Saint Eduard, donde miss Betty era maestra de inglés. Cuando la conocí, en el preescolar, tenía sólo cinco años y ella ya había cumplido los veinte. Me enamoré a primera vista de esa muchacha de cabellos negros como la noche y ojos azules como el cielo, muy seria y estricta, pero amable y dulce, a quien todos querían muchísimo.

Miss Betty hablaba en la clase, yo miraba sus labios, siempre prolijamente pintados, y pensaba que lo hacía sólo para mí. Soñaba con ella: vivía para ella, y me esforzaba tanto para que se fijara en mí, que era el primero de la clase. Así cursé toda la primara sin necesidad de acudir a maestros particulares, como la mayoría de mis compañeros; es que satisfacer a la mujer amada, era lo primordial para mí. Según ella, mis notas eran “brillantes”. Cuando terminamos sexto grado, en el acto de fin de curso, miss Betty llamó a mis padres para felicitarlos delante de todos los asistentes. Eso fue lo más maravilloso que me pasó en la vida. Después comencé la secundaria, siempre en la misma escuela, y entonces comprobé que ya no la vería diariamente en clase. Eso fue una gran desilusión. Además, la nueva maestra de inglés, miss Eulalia, era como su nombre: vieja. Una vieja sin gracia, agria como chupar un limón, que no perdonaba el más mínimo error a sus alumnos. Mis notas comenzaron a bajar vertiginosamente. Mis padres no lo podían entender. Me preguntaban continuamente qué me pasaba. Yo solamente me encogía de hombros y no contestaba nada. Era increíble para ellos que un chico que durante toda la primaria no les había dado un solo disgusto, comenzara ahora a comportarse de esa manera. Pero a mí el idioma obligatorio en el colegio, había dejado de interesarme. Me castigaban, dejándome sin salir, sin postre, sin cine, sin poder escuchar mi música favorita, pero era inútil. Seguía sin progresar en el curso de inglés… Mamá, desesperada pensando que iba a perder el año, fue al colegio a hablar con miss Eulalia. La vieja le dijo que yo era un pésimo alumno, que en clase no atendía, que me pasaba la hora de inglés haciendo dibujos en una hoja o directamente sobre el pupitre, o distrayendo a mis compañeros con charlas ajenas al curso, y que por eso me había mandado varias veces a dirección, cosa que por supuesto, yo no le había contado. Hubo una reunión de familia, en la que mis padres y mis hermanos mayores me aleccionaron sobre los beneficios de estudiar y pasar de año, en lugar de irme a diciembre o a marzo, y joderle las vacaciones a toda la familia. (Por aquellos años, nos íbamos durante todo el verano a Villa Gesell, mientras papá seguía trabajando en su empresa de venta de alfombras en el barrio del Once, y solamente nos visitaba los fines de semana) José Mauricio, mi hermano mayor, voz cantante de todos los demás, me dijo sin vueltas:

-Mirá pendejo, yo no me voy a quedar en casa por tu culpa. Si vos no pasás de año, le voy a decir al viejo que te deje con la abuela Rebeca, y ya vas a ver lo que es bueno, cuando ella te ponga en tu lugar. ¿Sabés a qué me refiero, no es cierto mocoso?

Claro que lo sabía. Nuestra abuela judía no me dejaría ni a sol ni a sombra. Me atiborraría de comida tradicional, me obligaría a acostarme a las nueve, me haría estudiar diez horas por día, y lo peor de todo, me llevaría dos veces por semana a la sinagoga, obligándome a rezar en hebreo, idioma que mi padre nos inculcaba desde chicos, pero que a mí me disgustaba, y por eso no aprendí jamás. También tendría que soportar a sus amigas, que siempre me molestaron de chiquito pellizcándome los cachetes y dándome sonoros besos con olor a ajo y naftalina. El panorama no era alentador, pero a mí no me daba la cabeza para estudiar inglés con miss Eulalia. La solución la aportó Mario, mi primo hermano favorito, (desde ese día mucho más) cuando una tarde le dijo a mamá:

-Tía Cata, me dijeron que miss Betty está enseñando inglés en su casa… ¿Por qué no lo mandás a Juan Marcos a tomar unas clases con ella? A mi me parece que sería conveniente, ya que cuando la tuvimos en la primaria, él nunca tuvo una nota baja… Tal vez esta vieja lo intimida, como es tan severa…

-¿Te parece querido? -mamá quedó pensativa un momento y luego agregó- ¡Tal vez tengas razón! Esta misma tarde la voy a ver…

Siempre lo quise a Mario, pero desde ese momento mi cariño se convirtió en amor incondicional. Creo que él nunca supo por qué yo le demostraba tanto afecto y devoción… Mis Betty, quedó muy sorprendida cuando supo que yo tenía problemas con una materia en la que siempre me había destacado del resto del grupo. Sin dudar aceptó darme clases. Estábamos en octubre, y yo tenía prácticamente perdido el año. Pero en cuanto comencé a concurrir a su casa, mi mente se abrió y pude dar los exámenes parciales con las mejores notas de la clase. Todos estaban sumamente sorprendidos, pero la que no podía dar crédito a los resultados, era miss Eulalia. La primera vez que le entregué la hoja con las respuestas correctas me gritó:

-¡Goldman, usted se ha copiado!

-No miss Eulalia, yo estudié… -le dije con firmeza-

No me creyó. Le preguntó a todos mis compañeros si me habían visto con algún machete, o si alguno me había facilitado las respuestas. Quiso revisarme, pero me opuse con dignidad y orgullo. Ella se quedó con la sangre en el ojo. Sin embargo, al correr de los días pudo comprobar que cada pregunta que me hacía, era contestada con prontitud y corrección. La muy guacha me hablaba en inglés todo el tiempo, hasta cuando nos cruzábamos en los pasillos o recreos, y yo, firme y exacto en cada respuesta. No tuvo más remedio que aceptar la realidad. Su peor alumno había cambiado, y pasó a ser uno de los mejores. Es que veía a miss Betty todos los días, y me sentía en el séptimo cielo. Pero dentro de mí había comenzado una guerra sin cuartel. Tenía catorce años, y era un adolescente enamorado locamente de una mujer quince años mayor. Una mujer hermosa y en la plenitud de su vida, que me daba vueltas en la cabeza día y noche. Cuando en medio de la clase ella inclinaba su cabeza sobre mi carpeta, y sus cabellos me rozaban. Cuando sentía su aliento o su mano me tocaba, la sangre hervía en mis venas.

Se aproximaba el verano y era una época en la que se usaban las minifaldas y los escotes, y ella siempre se vestía a la moda. Una tarde al comenzar la clase me dijo sofocada:

-¡Qué calor tremendo! Voy a buscar algo fresco para tomar… Ya vuelvo…

Y salió del comedor donde me enseñaba, caminando armoniosamente, mientras yo me quedaba embobado mirándola alejarse rumbo a la cocina. Volvió enseguida con una bandejita donde había colocado dos vasos altos llenos de gaseosa transparente y burbujeante. Me ofreció uno de ellos, y se sirvió el otro. Al llevárselo a su boca, hizo un movimiento brusco y parte del contenido se volcó, cayendo dentro de su escote. Soltó un grito de sorpresa y luego una carcajada. Yo también me reía… Me reía como un tonto, sin saber qué hacer…De pronto, y sin saber cómo me atreví a hacerlo, dirigí mi mano hasta su escote, la mojé con la gaseosa que ya estaba tibia, y la llevé a mis labios. Comencé a saborearla con fruición, mientras ella me miraba como si me viera por primera vez. Vi enojo y sorpresa en su mirada, pero no hice caso. Mi boca se acercó a la suya y la pasión me enloqueció; comencé a besarla tímidamente al principio, y luego salvajemente. Era la primera vez que besaba a una mujer, pero creo que no lo hice mal, porque miss Betty se entregó a mis besos, a mis caricias, y en unos segundos, estábamos sobre su cama haciendo el amor. La inexperiencia no fue obstáculo. Mi debut en con miss Betty, fue maravilloso. ¿Cuánto tiempo duró esa relación? Apenas unos meses, pero fueron los mejores de mi vida. Aprobé los exámenes, y como premio, mi padre me envió a pasar unos meses a Israel, a casa de su hermano Jacobo. Yo no quería ir, pero él me obligó. Cuando quise volver, papá me mandó decir que había tomado una decisión: continuaría mis estudios allí, y dado que su hermano no tenía hijos, al finalizar mi carrera, heredaría su negocio. Me sentí morir, pero no me quedó más remedio que aceptar. Terminé el secundario a los ponchazos, ya que me costó muchísimo aprender ese idioma tan odioso para mí, y adaptarme a vivir en una casa extraña, pero de a poco me fui acostumbrando. Más tarde fui a la universidad, y allí conocí a Judith, una muchachita inteligente y bonita de la que me enamoré, y con la que acabo de casarme. A miss Betty le escribí muchas veces, pero no obtuve respuesta.

Hace unos días llegué a Buenos Aires a pasar la luna de miel con mi flamante esposa. Una tarde, con la excusa de encontrarme con unos viejos amigos, la dejé en casa de mis padres y decidí ir a visitar a miss Betty. Quería mirarla, hablarle, quería saber qué me diría el corazón al estar frente a ella… Al llegar, me encontré con cuatro niños jugando en el jardín. Pregunté por la profesora de inglés y el más grandecito, un nene de unos diez años, alto y delgado, de cabellos negros como la noche, y ojos azules como el cielo; gritó:

-¡Mamá…! Te busca un señor…

No quise quedarme a verla. ¡Para qué! Estaba casada, igual que yo, tenía al menos un hijo, y me pareció que tal vez le incomodaría mi presencia. Mucho más, si su esposo estaba en la casa… Salí de allí poco menos que huyendo. Más tarde, fingiendo una indiferencia que estaba muy lejos de sentir, le pregunté a mamá qué había sido de la vida de miss Betty. Dejándome mudo de asombro, mi madre me contó que al poco tiempo de irme, ella se casó con Esteban Franchesse, un viejo profesor del colegio, al que todos le decíamos don mugre, porque era un tipo horrible, sucio y ordinario. Un sabihondo que se jactaba de conocer todo, y a todos. No lo podía creer… ¿Por qué se casó con ese mamarracho, me preguntaba? Me moría por saber, pero no me animaba a seguir ahondando en el tema. De cualquier modo, no fue necesario, pues mamá siguió diciendo:

-Dicen que cuando se casó, estaba embarazada… También dicen que no era hijo del marido… Andá a saber, hoy las mujeres son tan desprejuiciadas, a lo mejor es cierto, aunque esta chica siempre me pareció muy decente… El viejo se murió hace un año, más o menos. Los otros nenes que viste, seguramente son vecinitos. Ella tuvo uno nada más. -y agregó con inocente sinceridad- Me parece que se llama Marcos, como vos… ¡Qué casualidad!, ¿no es cierto?

Mi madre continuaba hablando, pero yo no la escuchaba. Sentía que en cualquier momento, el cielo se caería sobre mi cabeza. Mañana iré a ver a la querida miss Betty. Primero, porque necesito saber la verdad; si ese niño es mío, afrontaré mi paternidad. Si no lo hiciera, nunca más podría considerarme un hombre. Me sentiría poco menos que un insecto. ¡Quién sabe cuánto habrá sufrido, casada con ese hombre! ¡Pobrecita, no sé si podré resarcirla de tanto dolor…!

Luego se lo contaré a Judith; mi esposa es una gran mujer, y estoy seguro que comprenderá. Y al volver hablaré muy seriamente con mi padre. Ya casi no me caben dudas de que él lo supo, y me alejó de Buenos Aires para evitar el escándalo. Un escándalo, que tal vez mañana, estallará con toda su furia en esta casa...

Marga Mangione


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