sábado, 9 de febrero de 2008

TE GUARDO EL SECRETO...

Publicado en el libro "Misceláneas"
-Historias para leer una tarde de lluvia-




Desde muy chiquita, Camila supo guardar secretos. Aprendió a muy tierna edad; pues sus padres se llevaban muy mal y se ocultaban las cosas mutuamente. Siempre escuchaba frases como:

-¡Qué no lo sepa tu padre...!
-¡Qué no se entere tu madre...!

Y ella, se callaba. Siempre se callaba. Cuando comenzó a ir a la escuela, aprendió a no decir esta boca es mía, para evitar problemas con sus compañeros. Si le preguntaban:

-¿Sabés que Martita? o ¿Te enteraste que Julito?

Ella siempre decía no saber nada del asunto. Pero sus compañeritas y compañeritos, sabían que no era cierto. Camila sabía, pero se callaba. Siempre se callaba. Por eso empezaron a contarle sus más recónditos secretos, y después investigaban con sus mejores amigas para ver si les había contado algo. Pero nunca se enteraron de una infidencia de Camila.
Pasaron los años, la niña se convirtió en una señorita alta y delgada como una espiga. Era hermosa, pero tan flaquita, que daba la impresión que le viento se la iba a llevar. Su madre afirmaba que no comía por escuchar secretos, pero ella pensaba que su madre, era una exagerada.
Comenzó el secundario y todo siguió igual con sus compañeros. En cuanto a sus padres: se separaron, cada uno por su lado rehízo su vida y siempre la misma cantinela:

-¡No le digas a tu madre...!
-¡No le vayas a contar a tu padre...!

A eso se sumaron los secretos de amoríos entre sus amigos y compañeros: Silvita salía con Julián, pero Camila la vio con Pedro. No dijo nada. Juancito era el novio de Adriana, y se le había tirado un lance a Marilina, quien se lo contó a Camila, que tampoco dijo nada...
Sería imposible enumerar la cantidad de secretos que la chica guardaba.
Al ingresar a la universidad, los secretos que le contaban eran cada vez más importantes y por eso debía dedicar horas a cada uno de sus confidentes. Entonces ya no le alcanzaba el tiempo para estudiar, y se vio obligada a abandonar la carrera. ¡Porque Camila era incapaz de no atender a sus amigos...!
Su madre le reprochaba tanto que hubiese dejado de estudiar, que cansada de soportarla, consiguió un empleo y se fue a vivir sola. Pero... por atender los secretos de sus amigos, desatendía sus obligaciones, y la despidieron.
Desesperada porque no conseguía trabajo, fue a visitar a su padre para hablarle del problema. Él, no le hizo caso, pero su nueva mujer le dijo muy suelta de cuerpo:

-Decíme nena... ¿por qué no cobrás por escuchar las confidencias de tus amigos? Ellos te están robando el tiempo, así que si vos no podés trabajar para atenderlos, lo justo es que te compensen, ¿no te parece?

A Camila le pareció un despropósito y una estupidez, pero como siempre, guardó silencio. Al día siguiente la visitó una de sus amigas, para contarle un gran secreto. La hizo entrar a su pequeño departamento con la intención de escucharla, pero estaba tan deprimida que su amiga lo notó enseguida y le preguntó preocupada:

-¿Qué te sucede Camila? ¿Te sentís mal?

Pero ella no pudo hablar, pues no estaba acostumbrada a contar sus secretos o sus problemas a los demás; jamás lo había hecho. No supo qué decir, y se largó a llorar. Su amiga asustada insistió en que debía dcontarle qué le sucedía. Entonces ella le respondió:

-Dejé de estudiar para poder escuchar a mis amigos, ustedes trajeron a sus amigos, entonces tuve que escuchar a un montón de personas y descuidé mis obligaciones. Ahora me quedé sin trabajo. Mi familia está dividida y no encuentro ayuda. Ayer fui a visitar a mi padre y su nueva esposa opina que yo debo cobrar para escuchar sus secretos. Creo que está loca, pero yo estoy desolada, pues no encuentro un nuevo empleo y este mes, ya no tengo para pagar el alquiler y los servicios. -y entre sollozos agregó- ¡Dios mío, qué voy a hacer!

Su amiga le contestó de inmediato:

-¡Cobrar para escuchar a la gente! Tu madrastra tiene razón. Tenés que cobrar, si no, te vas a morir de hambre, querida!

-¿Vos estás segura, Elizabeth? ¿Cómo voy a cobrar para escuchar a mis amigos?

-¿Y cómo vas a hacer para pagar tus gastos, si nadie te da dinero? ¡Te vamos a pagar, y yo la primera! Vamos a fijar una tarifa. Digamos... ¡cinco pesos la hora! ¿Te parece...? Y quién no pueda pagarte, tendrá que traerte alimentos o compensarte con trabajo, por ejemplo: limpiarte el departamento, hacerte las compras, pagarte los servicios... ¿Qué te parece? Estaría bueno, ¿no?

A Camila se le habían iluminado los ojos. Sería la solución, ya no tendría que dejar a toda esa pobre gente sin una amiga que supiera guardar sus secretos, ya que para ellos era tan importante. Por eso, desde aquel día, Camila se encerró en su departamento a escuchar y guardar secretos.
Y sucedió que cada vez más gente decía que no podía pagarle, y junto con el secreto, le dejaban una torta, unos panecillos caseros, un par de huevos, unas latitas de atún, verduras, arroz, fideos... ¡Y hasta plantas, flores y adornos!
Camila empezó a comer entre secreto y secreto. Y cuando se quedaba sola, mientras ordenaba en su departamento los regalos que le habían traído ese día, y que ya se apilaban hasta el techo, cocinaba y comía. Pero llegó un momento en que la comida era tanta, que tuvo que pedir que le trajesen ropa, pues de tanto comer y comer, comenzó a engordar, y ya no tenía qué ponerse. Claro, era porque se sentaba a las ocho de la mañana y recién se levantaba de la silla a las doce de la noche. Y durante todas esas horas, escuchaba y comía. Comía y escuchaba. Y parece que tanto la engordaban los dulces y los postres, como los secretos.
Un buen día se dio cuenta que cada secreto la hinchaba un poquitito más y, como es lógico, comenzó a preocuparse. Pero... ¿a quién se lo podía contar? Ella no tenía ningún confidente. Es más, si se le hubiera ocurrido hablar mientras alguno de sus contadores de secretos, estaba contando su secreto, creería que estaba loca, pues jamás lo había hecho...
Ya no tenía familia pues nunca tuvo hermanos y sus padres habían fallecido. Estaba sola en el mundo. Sola con sus secretos. Sus secretos que pesaban cada vez más, porque engordaban con ella.
Como no podía salir para nada, le pidió a una amiga que se había quedado sin trabajo y sin casa, que se quedase a vivir con ella para ayudarla, pues ya casi no podía caminar por la gordura. Pero se presentó un grave problema: el departamento era muy pequeño y lo que se hablaba en el dormitorio, se escuchaba en la cocina, el living, y hasta en el baño. Y sus amigos no querían que nadie más escuchase sus secretos, pues no confiaban en nadie más que en Camila. Ante tal dilema, no tuvo más remedio que quedarse sola...
Se movía con dificultad y casi no cabía en el baño. Ya no se acostaba, pues le hubiera sido imposible levantarse sola de la cama.
Un día fue a visitarla una señora de la que todos hablaban en la Ciudad, pues parece que conocían sus secretos y opinaban que tenía muchos... Nadie supo qué pasó. ¡Una terrible explosión derrumbó casi todo el edificio donde vivía Camila!
Los bomberos comentaron que tal vez se trató de un escape de gas. La policía no hizo declaraciones, sólo dijeron que estaban investigando el origen de tan tremenda explosión y derrumbe...

Pero yo creo que los secretos que guardaba Camila, junto a los que le contó su nueva confidente, terminaron de hinchar el cuerpo de la pobre mujer, que, incapaz de contenerlos... ¡explotó!


Marga Mangione

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