viernes, 8 de febrero de 2008

EL ESTRENO


2º Premio Narrativa etapa Municipal
Torneo Abuelos Bonaerenses Año 2001
Publicado el mismo año en el libro "Misceláneas"
(Historias para leer una tarde de lluvia)




La sala estaba repleta, no quedaba un sólo asiento vacío y Celina consideró que era lógico. Habían anunciado el estreno mundial de esa película con bombos y platillos. Además, las entradas se vendieron a un precio promocional, casi la mitad de lo que habitualmente costaban. Ella la había comprado con anticipación por teléfono, pagándola con su tarjeta de crédito. Por eso no tuvo que hacer esa larga cola que presenció un rato antes de entrar al cine. Sólo tuvo que dar un número de código para retirarla.
Las localidades eran numeradas. Un simpático acomodador muy jovencito y agradable la llevó hasta su asiento y aceptó con una graciosa reverencia la moneda que le dio a cambio del programa.
En ese momento, a punto de comenzar la función, todos los espectadores ya tenían colocados los anteojos con marco de cartón y lentes de celofán rojo que se usan para ver películas en tres dimensiones. Sintió ganas de reírse por lo cómicos que parecían, pero se contuvo. Si la veían iban a pensar que estaba loca.
Se apagaron las luces y comenzó la proyección. Los colores no le gustaron, eran fuertes y muy brillantes. Sobre todo los del vestuario de los artistas. Pero los personajes estaban muy bien logrados. Se trataba de unos extraterrestres estrafalarios y raros, como los de todas las películas que había visto con anterioridad. Habían llegado a la tierra con intención de dominarla, dado que en su planeta ya no podían vivir.
Esta vez, los invasores tenían un extraño poder: sólo con la mirada podían obligar a las personas a hacer cualquier cosa. El líder, o emperador, dominaba también a sus congéneres. Si había alguno de ellos que se compadecía de algún ser humano, lo aniquilaba de inmediato.
El éxito de los extraterrestres era total; en pocas horas dejaban la tierra sin ningún habitante. Por supuesto, la acción transcurría en New York. Lo increíble era que no había violencia de ninguna clase. No se veían explosiones, ni se tiraban abajo los gigantescos rascacielos. Todo era muy sencillo: obligaban a la gente a irse... y todos se iban. Pero Celina no había entendido bien a dónde se iban, tal vez porque no estaba muy claro, o porque se aburría soberanamente y en consecuencia, no prestaba la debida atención a la acción del film. En realidad, esa película le parecía un bodrio.
De pronto se dio cuenta que en lugar de ver la función, estaba pensando en volver a su casa y disfrutar con su marido de un riquísimo pollo que había dejado en la heladera, ya cocido y listo para calentar en el horno de micoondas. Se le hacía agua la boca. Lo preparó relleno con ciruelas pasas y nueces. Había quedado todo doradito... ¡Una verdadera delicia! Tendría que preparar una ensaladita, pero eso era lo de menos. Pasaría por una vino teca y compraría una botella de un buen torrontés. A Rodolfo le encantaría. Y después... a disfrutar solos y muy juntitos del inmenso amor que se profesaban.
Su marido era un amante maravilloso, el recordarlo le hacía sentir cosquillas en las venas, como si tuviera champagne en lugar de sangre.
Se sintió tan feliz que se olvidó por un momento dónde estaba. Pensó que Rodolfo, además de adorarla a ella, adoraba la buena mesa y sabía premiarla por sus exquisitos menús. Y ella... ¡se los preparaba muy a menudo, por cierto!
Sin muchas ganas, volvió a prestar atención al espectáculo. Ahora la gente había desaparecido por completo y los extraterrestres comenzaban a ocupar todo. Se instalaban en las hermosas mansiones y en las enormes torres. Copaban las fábricas, las oficinas. Se apropiaban de todos los bienes...
Desde el comienzo de la función, Celina lamentó haber ido al cine. El tema no le gustó por lo trillado. ¿Cuántas películas se hicieron con ese argumento? -se preguntaba- Entonces se acordó de que el título era hermoso, y que éste la había tentado a verla. Se llamaba "Y love recommenced" y se tradujo al castellano como: "Recomenzar con amor" ¡Y ella era tan romántica, que en cuanto escuchó el título se propuso verla! Tanto las propagandas que había visto en diarios y canales de televisión, como los avances en otros cines, mostraba a una pareja de enamorados que reiniciaba su vida en una nueva ciudad, después de una terrible tragedia. ¡Nada que ver con lo que en realidad estaba viendo! Se sintió estafada y muy enojada por haber perdido el tiempo inútilmente. Tampoco lograba entender la relación del título con la historia que se mostraba.
Por suerte Rodolfo se había negado a acompañarla a pesar de sus ruegos, si no, en ese momento estaría furioso. O tal vez se habría marchado antes del final, pues no era tan paciente como ella. En realidad, Celina hubiera querido irse del cine, pero sin saber muy bien por qué, se quedó sentada en su butaca moviéndose inquieta a cada rato. Por eso en medio de la acción, su mente volaba hacia escenas de su vida con Rodolfo, que la hacían sonreír de placer.
Giró la cabeza a ambos lados para convencerse de que nadie la estaba mirando, su sonrisa la convertiría en un bicho raro entre la gente que veía esa película tan trágica y lamentable. Pero todos los espectadores estaban absortos en la pantalla gigante del cine. Se encogió de hombros pensando: "sobre gustos no hay nada escrito"
Al terminar la función, aunque aún no se habían encendido las luces y la música todavía sonaba con fuerza por toda la sala, Celina se levantó de prisa y comenzó a caminar en la oscuridad por el pasillo del cine. Quería irse a casa. Quería, más que nada, estar con Rodolfo. Eso la resarciría de esa velada tan absurda.
Estaba saliendo a la calle y una luz blanca, muy intensa, interrumpió sus pensamientos. Creyó por un instante que aún era de día y que el sol estaba brillando. Desorientada observó su reloj y vio que eran las diez y media de la noche. Llena de curiosidad, empezó a salir de en medio de la multitud apiñada en la puerta del cine.
Estaba en una calle peatonal, así que no le llamó la atención que hubiese mucha gente caminando, lo extraño era la luz...
En ese momento, un señor que salía a la par suya, la golpeó y la hizo trastabillar. Lo miró enojada pensando recriminarle por el empujón, pero el hombre siguió caminando sin pedirle disculpas. Le pareció que había pasado a su lado sin siquiera notar su presencia. Eso tampoco le llamó la atención, últimamente la gente parecía no pensar nada más que en sí misma. Se acomodó el saco y la cartera que se había deslizado de su hombro, con gesto de resignación.
Observó en derredor y comprobó extrañada que todos caminaban en la misma dirección. Se pegó a la pared porque sintió que la arrastraban y de repente notó que las personas pasaban por cientos, por miles. Todos tenían la mirada dirigida hacia un punto fijo en el cielo, y avanzaban con lentitud, pero sin pausa. Al principio sintió asombro, pero después, un miedo atroz comenzó a dominarla.
Entonces la vio: era una nave igual a la que mostraban en la película y estaba detenida en el aire, a unos veinte metros del piso. La intensa claridad provenía de la base de la misma y era de una potencia increíble. Jamás había visto una luz tan blanca y brillante como ésa, que convertía la noche en día. Comprobó con estupor, que a pesar de su tremenda intensidad, no le hacía mal a la vista. La podía mirar directo sin que le obligara ni siquiera a entornar los ojos.
Un escalofrío recorrió todo su cuerpo y las piernas se le aflojaron. Aún en contra de su voluntad, fue deslizándose lentamente por la pared hasta quedar sentada sobre la vereda, y sintió que se había mojado a causa del susto que tenía. No podía moverse y por más que se esforzaba, no alcanzaba a comprender lo que sucedía. Estaba aturdida y avergonzada, jamás le había pasado algo similar. Transcurrido un lapso que no podría precisar cuánto duró, reaccionó y se levantó. Su traje sastre de color beige tenía basura de la vereda pegada a la falda mojada, pero eso no le importó. Temblaba como una hoja agitada por el viento y no lograba poner en orden sus ideas.
Empezó a pensar con mucha dificultad; ella vivía a unas pocas cuadras de distancia y en sentido contrario a la dirección que había tomado la gente, así que si corría pegada a la pared, que era el único lugar relativamente libre, en pocos minutos estaría a salvo. El problema surgió en el cruce de las calles, a duras penas logró pasar entre la multitud que crecía sin cesar. Se quitó los zapatos con tacones y emprendió una loca y trabajosa huida. Quería llegar a su casa, meterse entre los brazos de Rodolfo y no salir de allí nunca más...
Llegó sudorosa y jadeando. La puerta del edificio estaba abierta de par en par. Quiso utilizar el ascensor, pero como pasaba a menudo, no funcionaba. Entonces subió de dos en dos los escalones. Por suerte, sólo eran tres pisos. Entró al palier y vio que las puertas de todos los departamentos estaban abiertas, incluso la del suyo. Entró sin poder reprimir el temblor que la agitaba de pies a cabeza. Rodolfo tendría que estar esperándola, así lo habían acordado. Lo llamó varias veces sin obtener respuesta, pero había señales evidentes de que había estado allí, porque el cenicero de la mesa del living contenía dos colillas de cigarrillos y estaba segura de haber dejado todo limpio antes de salir.
Se preguntaba desesperada qué estaba pasando, y a pesar de la angustia que la embargaba, sabía que algo tenía que hacer, no podía quedarse de brazos cruzados.
Salió al pasillo y llamó en todos los departamentos, pero nadie le contestó. Fue subiendo hasta el último piso gritando enloquecida de miedo y dolor, pero no encontró a ninguna persona que pudiera ayudarla. Llegó a la terraza. Desde allí se divisaba la extraña nave. Era tan grande que a pesar de estar a mucha distancia, pensó que si extendía la mano podría tocarla. Una gruesa y larga fila de gente avanzaba hacia ella, y a medida que pasaba por debajo de la luz, desaparecía.
Era una situación horrible, jamás pensó en llegar a presenciar algo así. Con el ánimo destrozado, comenzó a descender con lentitud. Cada vez se sentía más y más aterrorizada por lo que estaba viviendo. Por un instante pensó que se trataba de una pesadilla y sentándose en un descanso de la escalera, cerró los ojos, juntó sus manos y comenzó a rezar para que terminara. Pero de inmediato comprendió que era inútil.
Al volver a pasar frente a las puertas de los departamentos de sus vecinos, escuchó que en todos se oían voces suaves, como una especie de murmullo, pero no se animó a entrar en ninguno. Rápidamente se metió en el suyo. Del dormitorio salía el eco de una conversación mantenida en voz muy baja. Sintió un pánico atroz, pero tomó coraje y entró con sigilo. Entonces comprobó estupefacta que el televisor estaba encendido, y que estaban pasando la misma película que había visto en el cine.
Su mente se aclaró. Recién en ese momento se dio cuenta de todo. No era ficción o pesadilla, se trataba de las más terrorífica realidad. ¡La ciudad que aparecía en la pantalla del televisor, era Buenos Aires, no New York! Y aquella extraña nave... no se tragaba a la gente, estaba suspendida sobre el Río de la Plata y hacia allí los estaba guiando a todos, menos a ella...
No dudó más. Corrió a la calle y comenzó a buscar a Rodolfo entre la muchedumbre. Caminó abriéndose paso con dificultad hacia el lugar donde estaba la nave, buscando entre todos los rostros el de su amado esposo. Su angustia aumentaba a cada instante, pero por más que se esforzaba, no lograba encontrarlo. Era tan grande el número de personas que caminaba hacia el río, que era casi imposible que diera con él.
Todos caminaban tranquilos y en absoluto silencio. Ni siquiera parpadeaban. Sólo ella lloraba y gritaba en vano, porque nadie la escuchaba. Sus medias se habían roto y el asfalto quemaba sus delicados pies, que empezaron a sangrar, pero no hizo caso, a pesar del dolor que le estaban produciendo. Lo único que deseaba era encontrar a Rodolfo y sacarlo de allí como fuera.
Cuando se encontraba a unos cincuenta metros del borde de una dársena del puerto, observó que hombres, mujeres y niños se arrojaban al agua, donde desaparecían de inmediato. ¡No se los estaba tragando la nave, como había creído!
Un grupo de horribles extraterrestres, vestidos con esas ropas de colores chillones que en la película le habían disgustado tanto, estaban supervisando todo, parados sobre un extraño vehículo. Miraban impasibles como desaparecían lo seres humanos en las oscuras y sucias aguas del río. De pronto sintió que la sangre se le paralizaba en las venas. En la orilla, a punto de saltar al agua, estaba Rodolfo, el único hombre que había amado en su vida. Le gritó tanto y tan fuerte, que su voz se le quebró en la garganta. Pero a pesar de sus gritos desgarradores, él no la escuchaba.
Comenzó a avanzar apartando a las personas que le impedían el paso, pero nadie le cedía lugar.Se vio obligada a empujarlos con fuerza porque todos caminaban como si estuvieran hipnotizados, y además de ciegos y sordos, eran insensibles a los golpes que Celina les daba. Era un esfuerzo sobrehumano, pero tenía que llegar, ¡necesitaba llegar! Varias veces tropezó y estuvo a punto de caerse. Trataba de conservar el equilibrio sosteniéndose de la gente, porque estaba segura que si caía, esa horda de zombis la aplastaría. Con entereza, se reponía de inmediato y seguía adelante luchando con denuedo en su afán por alcanzar a su marido.
Ya estaba cerca de la orilla y un pequeño claro entre la gente le permitió avanzar. Esperanzada, corrió con la ilusión de llegar hasta Rodolfo para rescatarlo antes que saltara. Sin mirar dónde pisaba, tropezó con una piedra y cayó de bruces... Sus gruesos anteojos traídos de Alemania, que según el óptico que se los había vendido, tenían los primeros lentes de ese tipo que se fabricaban en el mundo, se estrellaron con violencia contra el piso de cemento y sus cristales estallaron en mil pedazos.
Diminutos diamantes brillaron ante sus ojos. Fue lo último que la pobre mujer pudo ver. Las lágrimas arrasaron sus ojos. Metió la mano en el bolsillo de su saco en busca de un pañuelo y encontró los lentes tridimensionales que le dieron en el cine y que no había usado porque le daba vergüenza ponérselos encima de sus gruesos anteojos. Un grito desgarrador rompió el silencio. Recién en ese momento Celina comprendió lo que en realidad le estaba pasando.
Sin dudar, ni vacilar un sólo instante, se levantó, se los colocó, y avanzó entre la gente hacia el lugar donde su amado esposo, acababa de arrojarse al agua...



Marga Mangione

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